Ferrari, 70 años de una estela dorada

Creado: Dom, 15/10/2017 - 14:53
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Ferrari, 70 años de una estela dorada

Por el suelo de la planta de producción de Maranello es imposible encontrar una gota de aceite. Aquí fabrican coches como podrían dedicarse al tallado del cristal de Bohemia. Con la diferencia de que los orfebres tienen forma de brazos robóticos, en una coreografía perfecta propia de un cine futurista. El hombre piensa para que la máquina actúe. La misma idea con la que hace 70 años Enzo Ferrari comenzó a producir en este mismo lugar el capricho sobre ruedas más apreciado del planeta.

Su nombre preside la avenida principal de un complejo en el que han metido mano arquitectos como Jean Nouvel o Renzo Piano. Entonces, en 1947, apenas estaban el despacho del fundador y un taller. La Ferrari se había trasladado cuatro años antes desde Módena a este insulso pueblo escapando de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Comenzaron a trabajar sobre un motor de 12 cilindros y finalmente, el 12 de marzo de 1947, el 125 Sport salió por la misma puerta en la que todavía hoy se ve el inconfundible cartel con las letras amarillas de la marca.

Años antes, al finalizar una competición, el símbolo del Cavallino se lo habían entregado como premio a Enzo Ferrari los padres de un aviador de la Primera Guerra Mundial que lo llevaba impreso en su aparato. El posteriormente empresario modelo nació hijo de metalúrgico, se crió trabajando en una fábrica de coches y acabó como piloto de carreras. Al volante de modelos Alfa Romeo, fundó la escudería Ferrari y una vez cumplido el pacto de no utilizar este nombre durante cuatro años al abandonar la casa, comenzó la empresa por su cuenta.

Ascari y el Mundial de 1952

«La historia de Enzo Ferrari se debería enseñar en las escuelas. Es la aventura de un visionario al que le esperaba un futuro de campesino y que terminó siendo uno de los mayores iconos de Italia», opina Giorgio Terruzzi, periodista y escritor de varios libros sobre motor. El empeño del hombre que da nombre al mito era fabricar coches al alcance de muy pocos, con los que financiar su participación en las carreras. Y al tiempo que de la fábrica de Maranello comenzaban a salir turismos para las élites, Ferrari comenzó a cosechar títulos en competiciones.

Primero en las 24 Horas de Le Mans y otras pruebas de larga duración. Y ya en los años 50 en la Fórmula 1, convirtiéndose en la única escudería que ha participado siempre en el Mundial desde su fundación. Aunque de aquellos años el nombre más recurrente es el del argentino Juan Manuel Fangio, el primer Mundial de pilotos lo trajo a casa en 1952 el italiano Alberto Ascari. «Se produce una mezcla entre el mito del motor que encandiló a los protagonistas del siglo XX con una especie de sueño americano, pero de una italianidad total», sostiene Terruzzi. Después llegaría la globalización, pero aquel momento lo gobernaron ingenieros, mecánicos o técnicos de los alrededores.

Para entender cómo funciona esa Italia de los emprendedores, basta con echar un vistazo al documental Ferrari 312B, que acaba de ser estrenado en los cines de Italia y que será proyectado próximamente en España. En él, un grupo de nostálgicos trata de recuperar para una carrera de coches históricos en Montecarlo el viejo modelo con el que Ferrari trataba de romper la hegemonía de los británicos en los años setenta. A lomos del 312B se ve a Paolo Barilla, ex piloto de Fórmula 1 y vicepresidente de esa marca de pasta que encontrarán en supermercados de todo el mundo en una inconfundible cajita azul. La sede de la multinacional está en Parma, a unos 70 kilómetros de Maranello. Tierra de campos y de un sinfín de industrias de todo tipo que sirven como motor económico del país.

38 millones por el 270 GTO

Aquí si alguien se propone fabricar algo, debe ser lo mejor. O al menos parecerlo. Así que si tocaba hacer coches, que se diseñaran a petición de cada exclusivo cliente, que los remates en cuero fueran cosidos a mano como hacen todavía hoy los empleados de la marca, que sus motores tuvieran un sonido patentado y que cada pieza se convirtiera en fetiche. Pocos encantos ofrece un pueblo como Maranello más allá de apreciar los iconos de los últimos 70 años en el Museo Ferrari, que si entrara en el listado oficial de galerías de arte sería la undécima más visitada de un país que posee alguna que otra muestra de un patrimonio de unos 27 siglos si empezamos a contar desde la fundación de Roma.

Junto a las piezas de coleccionista, como el 270 GTO -el coche más caro de la historia, que se llegó a tasar en una subasta en unos 38 millones de euros-, el visitante podrá ver las réplicas de los monoplazas que pilotaron los grandes campeones de la Fórmula 1. No sólo los de Niki Lauda, la naftalina y las imágenes descoloridas, también los de la última época gloriosa con los cinco títulos consecutivos de Michael Schumacher. Ha habido tiempos mejores que los que corren en casa Ferrari, pero la escudería italiana sigue siendo la más laureada, con 15 Mundiales de pilotos y 16 de constructores.(Tomado del El Mundo)

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