La siniestra historia del Ruxton Eight

Creado: Dom, 18/11/2012 - 20:16
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Jorge Esténger Wong
La siniestra historia del Ruxton Eight

En muchos eventos de la vida existe un halo indefinible que signa su éxito o fracaso. Le llamamos karma, destino o, sencillamente, casualidad, pero lo cierto es que a menudo su preponderancia es tal, que llega a dejarnos atónitos. La historia del Ruxton Eight es uno de esos atropellos de contrariedades imposibles de revertir, por más empeño que se ponga. Veamos.

Archie M. Andrews fue una de las personalidades más persistentes que hayan existido jamás. Ese rasgo le permitió lograr éxito en muchas de las empresas que acometió. Protagonizó la típica leyenda de comenzar vendiendo el Chicago Herald y terminar propietario del  edificio. Así, llegó al New York Auto Show de 1929 y se encantó con un prototipo tan diferente, que poseía como logotipo un signo de interrogación, y ni sombra de marca. Resulta que el patrocinador de la idea era el carrocero Edgar Budd, quien no deseaba enrolarse en la producción total de un vehículo, sino de vender la carrocería. Todo el proyecto era de su jefe técnico William Muller, ganador de las 500 millas de Indianápolis en 1925 con un auto de tracción delantera. Eso lo hizo un entusiasta de este criterio y, deseando emplearlo en un vehículo comercial, tomó la carrocería de un Wolseley 21/60, la rebajó un poco en altura -con la tracción delantera desaparecía el árbol de transmisión y el centro de gravedad bajaba- y empleó un ocho cilindros en línea Continental, conocido fabricante de motores entonces. El cambio se instaló sobre el eje delantero, y por delante del motor, que por este motivo se instaló en posición invertida.Visualmente el Ruxton Eight es llamativo por la ausencia de estribos y las afiladas ranuras que tiene por faros, muy elogiadas en su momento. Muy vistosas resultan también las franjas de pintura laterales, obra del arquitecto y diseñador austriaco,emigrado a Estados Unidos, Joseph Urban. Los asientos a rayas, de la empresa textil neoyorkina Schumacher, eran pura vanguardia y lujo a finales de los años veinte…y hoy mucho más.

Sin embargo, la producción de este revolucionario modelo estuvo signada, desde el principio, por malos augurios. Andrews, aunque enamorado de la idea, no poseía ninguna fábrica de automóviles y buscó aliarse con alguna. Puso sus ojos en Marmon y el contrato debía firmarse el 29 de octubre de 1929. Ese fue el martes negro en que quebró la bolsa de Wall Street y sumió al mundo en una crisis económica sin precedente. Trató de interesar a Hupmobile y, tras fracasar, buscó el apoyo de William Ruxton, llegando, en un esfuerzo desesperado, a bautizar con ese nombre al auto. El asunto terminó en un pleito judicial donde Ruxton dejó claro no poseer ningún vínculo con el proyecto. Andrews puso los ojos entonces en Moon Motors, una fábrica que languidecía desesperadamente. Ni por esa razón logró convencerlos de fabricar el Ruxton, por lo cual Andrews la compró.  Todavía le fue necesaria una orden judicial y la intervención directa de la policía para desalojar a la junta directiva, atrincherada en las oficinas, para tomar posesión de la firma. Finalmente, Andrews podría fabricar el Ruxton.

Sin embargo, el auto no tuvo suerte. Norteamérica se resistió por décadas a la tracción delantera, como mismo ha hecho con tantos sistemas novedosos y que mejoran la eficiencia del automóvil, a la par que una serie prolongadas de pleitos judiciales desgastaron el capital de la firma. El Ruxton Eight no fue, por tanto, un coche de éxito, aunque su concepto sí era válido.

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Jorge Esténger Wong