Selden: los autos que jamás existieron y ganaron fortunas

Creado: Dom, 29/07/2012 - 20:19
Créditos
Jorge Esténger
Selden: los autos que jamás existieron y ganaron fortunas

George Selden fracasó en su intento de monopolizar la industria con su patente, pero ganó exuberantes ganancias durante años sin producir jamás automóvil alguno. Todavía su lápida lo reconoce como ”el inventor del automóvil“. Veamos uno de los mayores fiascos de la historia del automóvil.

El tema de la patente Selden es uno de los que más disfrutó de la historia del automóvil. Todo lleno de argucias y tecnicismos, aún posee una vitalidad increíble en un mundo donde cada vez son más quienes apuestan a lograr beneficios de las apariencias y las brechas legales, sin producir absolutamente nada.

George Selden era un hábil abogado especializado en patentes y, con su actuar contribuyó en mucho a esa imagen medio burlesca que tenemos de su profesión.  Resulta que el señor se percató de los vacíos legales en la Ley de Patentes de los Estados Unidos en aquel entonces, y los aprovechó  sin vacilación. Veterano de la Guerra Civil, había estudiado ingeniería en Yale, más la muerte de su padre le cambió el rumbo a las leyes y se graduó como abogado, en 1871.  Esta combinación de ambas materias le llevaría al evento que lo pondría en la historia. Habiendo conocido la invención del motor de combustión interna por George Brayton, inmediatamente se puso a trabajar en una versión más ligera para propulsar carros, sin necesidad de caballos y solicitó una patente, en 1879, para un vehículo de cuatro ruedas propulsado por ese tipo de motor.

Como en ese entonces el automóvil no era una certeza, dilató deliberadamente el proceso con enmiendas y llevando al límite los plazos legales, para ganar tiempo y ver si se consolidaban constructores fabricando coches. Sencillamente, especuló con la tecnología, la industria, el mercado y las leyes de aquel entonces y dejó que otros hicieran ”el trabajo sucio“ de diseñar, mejorar, montar las fábricas y vender el automóvil.  Sin poseer una fábrica, ni producir más de un esperpento de prototipo, George Selden obtuvo, finalmente, la patente sobre el vehículo automotor en 1895.  Para ese entonces Dyurea, Olds, Studebaker y otras marcas eran ya una realidad comercial y se plegaron a los designios de la Association of Licensed Automobile Manufacturers (ALAM), engendro creado por Selden, pagando royalties por valor de 15.00 USD por cada unidad construida o, no menos de 5 000.00 USD anuales si la producción fuera pobre.  Esta patente tendría validez por 17 años, hasta 1912, por lo cual Selden aseguraba así pingues ingresos.

Los fabricantes se plegaron a esta situación de forma mayoritaria.  Sin embargo, Henry Couzens, business manager de un fabricante menor,  Ford Motor Co., en una airada respuesta mandó a Selden al infierno. A partir de ahí la historia es muy conocida: Henry Ford plantó pleito y lo ganó en apelación.  Su victoria se materializó cuando la Corte de Apelación Judicial exigió a Selden la construcción de dos automóviles, siguiendo al pie de la letra las indicaciones originales de su patente, para comprobar si el proyecto era realizable. Los autos se construyeron, pero los resultados fueron desastrosos. Se consumó así el fracaso de un proceso que reportó, curiosamente, cientos de miles de dólares, a ambas partes.  Por un lado, Selden cobró durante 16 años los derechos de la patente a un buen número de fabricantes  (solo cinco secundaron a Ford), y por otro Henry Ford se lanzó a la batalla judicial al calcular que le resultaba más barato querellarse contra Selden que pagar sus regalías. Además, la guerra publicitaria le beneficiaba enormemente, pues él sí producía automóviles mientras su oponente, no. 

Finalmente, un detalle curioso: la patente Selden llevaba la firma de recepción de un funcionario llamado George Eastmann, auténtico desconocido entonces, el cual recibiría reconocimiento mundial al fundar la compañía Eastmann Kodak y como inventor, del rollo de película fotográfica y de la primera cámara que lo utilizó.

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Jorge Esténger