Un Jaguar Mark VII de 1952 rescatado del olvido luce toda su clase

Creado: Dom, 20/05/2012 - 15:36
Créditos
Jorge Esténger Wong
Un Jaguar Mark VII de 1952 rescatado del olvido luce toda su clase

A unos siete kilómetros al este de La Habana, hay un caserío de pescadores con una singular personalidad que le ha valido la preferencia, a veces inexplicable, de incontables personalidades. Hablamos de Cojímar, lugar donde ese jerarca mayor de la literatura que fue Ernest Hemingway, fondeó su yate, pasó sus mejores horas cubanas y terminó concibiendo la historia de El viejo y el mar. Allí, atado al sólido salitre de la corriente del Golfo ha crecido Oscar Valdés López, un joven de 32 años, técnico en explotación del transporte ferroviario y un clásico emprendedor, capaz de dar vuelta a la vida cada vez que las circunstancias lo exijan.

Por esta razón Oscar emprendió hace años el camino que hoy sigue buena parte de la sociedad cubana, dejó a un lado su profesión original para tentar suerte en el sector privado. Esta manera de afrontar la vida ha sido un rasgo esencial de su personalidad, por eso, años atrás cuando deseó un automóvil, como tantos jóvenes, aplicó la misma filosofía y puso manos a la obra. A finales de los años ochenta, y principios de los noventa, el Lada soviético era, sin dudas, el auto más popular de Cuba: todos querían uno, y Oscarito no era la excepción. 

De alguna manera averiguó que el Museo Nacional del Automóvil -ubicado en el Parque Baconao, Santiago de Cuba- realizaba canjes de vehículos antiguos, interesantes y restaurables por autos Lada nuevos. No nos consta, en las brumas del tiempo transcurrido, cuánto pudo haber de cierto en esto, pero para Oscarito el resultado fue enamorarse de este soberbio Jaguar Mark II de 1952, el cual adquirió para realizar esta supuesta transacción con el museo. Resulta que conocía, en su natal Cojímar, a unos vecinos que poseían no uno, sino dos automóviles Jaguar en franco estado de deterioro.

Sin pensárselo mucho, los adquirió, los subió a la cama del camión propiedad de su padre, y rodó los más de ochocientos kilómetros hasta Santiago de Cuba. Uno de los autos casi se deshizo en el trayecto, perdiendo el parabrisas trasero, un guardafangos y hundiéndose buena parte del maletero. Sencillamente, los vehículos estaban podridos hasta la médula.

Lo peor, sin embargo, estaba por llegar. Una vez en el Museo del Automóvil le informaron que no era posible hacer el canje. Por supuesto, intentó remover cielo y tierra para lograr su objetivo, pero resultó en vano: remontó sus ”cacharros“ en el viejo camión Fargo y desanduvo los largos kilómetros de regreso al marítimo Cojímar.

Una vez en casa, y como es común, nada fue tan terrible y Oscar decidió paliar lo mejor posible el desaguisado. Poco a poco, empezó a dejar de ”mirar atravesado“ a los dos ”cacharros“ y acariciar la idea de restaurar uno, utilizando las partes de ambos. Puso manos a la obra y comenzó a buscar operarios, chapistas y mecánicos. Nada le satisfizo. Con ese espíritu que lo caracteriza se dio a la tarea de aprender de a poco los detalles del Jaguar 1952, empezó a atreverse con la chapa y la carrocería y terminó haciendo todo el trabajo.

Hoy describe paso a paso todo lo hecho: cómo levantó la carrocería hasta el chasis, cómo desmontó cada pedazo y asegura: ”nadie hace eso como uno, si la columna estaba podrida, no la revestía: la quitaba, hacia la plantilla y la hacía nueva“. Lo mismo hizo con la mecánica empleando partes de ambos, pero tampoco engaña, ni presume de mago: ”hice adaptaciones, el que diga que ha reparado un auto entero y no las haya hecho, miente. Este motor, por ejemplo, tiene los pistones de Gaz 51, que servían con solo aumentar en algo el diámetro del cilindro. Pero el resto, lo esencial, es original: los agregados, la electricidad es Lucas, original, restauré hasta la calefacción, que no uso en nuestro clima, por supuesto“.

Desde años, el bello Jaguar Mark II 1952 de Oscar pertenece a la Escudería de Autos Antiguos y Clásicos ”A lo Cubano“. En ella, ha obtenido varios premios y menciones por su belleza y originalidad, siendo reconocido como una de sus piezas más valiosas, y su dueño reconoce que su aventura al museo no pudo tener mejor resultado.

Créditos
Jorge Esténger Wong