El hombre no puede pensarse fuera del tiempo, y podemos afirmar que la evolución del ferrocarril tampoco sin su principal medidor: el reloj ferroviario.
El Reloj Ferroviario
En la estructura de la vida moderna la necesidad de elementos de medición de la llamada cuarta dimensión, cada vez más precisos, ha sido una constante. Y si hubo un espacio que desde su surgimiento requirió de esa exactitud en cada una de sus instalaciones fue el ferrocarril.
La clave de un servicio óptimo exige del cumplimiento de horarios bien puntuales –importante para optimizar los controles y así evitar cualquier tipo de accidente en las vías–, lo que implica que todos los actores se sometan al dios Chronos, desde maquinistas, personal especializado, hasta nosotros como usuarios no escapamos de ese influjo, sobre todo, si no queremos que se nos vaya el tren.
Por tanto, es lógico el interés de las compañías ferroviarias, desde los inicios mismos de la implementación de esta tecnología, de colocar en las principales estaciones grandes relojes, algunos ubicados en espectaculares torres; además de su rol protagónico para informar al viajante la hora, han devenido hitos dentro de la visualidad de esos inmuebles.
Interesante resulta el diseño peculiar de ciertos relojes, un clásico en ese sentido, es el concebido por el ingeniero Hans Hilfiker, quien en 1944 –por encargo de los Ferrocarriles Federales Suizos– creó expresamente para las estaciones de trenes un reloj cuyo diseño (muestra para los minutos rayas negras sobre fondo blanco, también son negros el horario y el minutero; en contraste, destaca el segundero que es rojo), sencillo, funcional y elegante ha devenido símbolo de la identidad nacional suiza; y que con determinados cambios fue introducido, posteriormente, en muchos países europeos.
Desde una perspectiva más mediática, podemos mencionar el Tiffany que mide más de cuatro metros de diámetro y está situado en la fachada principal de la Grand Central Terminal, de Nueva York, escenario de numerosas películas.
Y si de armonía se trata nos remitimos al estilo japonés, en su Estación de Kanazawa, confluencia de tradición y modernidad, en la cual tras la estructura de la entrada que evoca templos sintoístas el viajero descubre un moderno edificio de acero y cristal, en el que precisamente uno de los detalles que realzan la belleza desde la originalidad es la fuente en el exterior que muestra la hora como si fuera un reloj digital.
Como ves en el Ferrocarril el tiempo es más que una categoría filosófica, así que me apropio de lo que Heráclito afirmara para aseverar su paso indetenible, de que uno no se baña dos veces en el mismo río, y le añadiría que tampoco se visita la misma estación: allí cada minuto cuenta…