Amor Eterno

Creado: Dom, 23/10/2016 - 14:35
Créditos
Jorge Esténger Wong
Amor Eterno

Lo menos que podía pensar Arairis era que, justo el día de su boda, encontraría un rival por el amor de su esposo. El, por su parte, aún relata con risa como ese día descubrió los dos amores que le acompañarían por el resto de su vida. He aquí la fascinante historia de esta pareja, la deliciosa picardía de la mujer cubana, y un Edsel Pacer 1958: su auto de bodas.

Camilo Blanco Hernández es guía de turismo en la Fábrica de Tabacos La Corona. Su vida está ligada a dos tradiciones muy arraigadas en el imaginario popular del cubano: los puros habanos y los autos antiguos, pues es propietario de un Edsel 1958.

En el trabajo conoce a su esposa, se casan en 2004 y, justo a la salida de la ceremonia, ella descubre que habrá de compartir el amor de su esposo, flechado al instante por el ”maquinón“ que los conduciría a la luna de miel. Ellos tuvieron la suerte de contratar –sin conocer de autos– un exótico Edsel Pacer 1958, modelo que no necesita presentación.

En verdad, a ambos les fascinó el auto, pero en ese momento sus planes eran mucho más inmediatos y su economía, ajustada. Pasaron ocho años, sin perder de vista al Edsel, para aspirar a adquirirlo. Juntaron sus ahorros con la ayuda de un entrañable amigo y del hermano de Camilo, y fueron al rescate del Edsel. Resulta que, en ese tiempo había cambiado de manos, pues su dueño, también poseedor de otro Edsel, lo había vendido.

Desafortunadamente, el nuevo propietario no había tenido los mismos cuidados y, al momento de adquirirlo, el auto se encontraba en un garaje, casi abandonado. Las calamidades eran infinitas: la caja automática no hacía ningún cambio y el motor estaba reparado a lo criollo: pistones de autos soviéticos, aros artesanales y muchas otras soluciones de apuro. Funcionaba, pero fallaba a cualquier régimen de giro.

Poco a poco, comenzaron a allegar piezas. El carburador Holley, de cuatro bocas, llegó junto a otras piezas del motor, del cual ahora solo queda reemplazar el árbol de levas, que acaban de adquirir, nuevo. La pintura solo ha necesitado algunos retoques, han restaurado la tapicería y esperan el panel de instrumentos. Ha sido una labor paciente, pues como dice Camilo ”para comprar y restaurar estos autos tienen que gustarte, tienes que estar enamorados de ellos“.

Por su parte, Arairis sonríe y, con un gracejo muy típico de la mujer cubana, me confiesa: ”por si acaso, yo eliminé cualquier peligro de ”mi rival en amores“: el auto es de mi propiedad, está a mi nombre, fue mi regalo de aniversario“. 

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Jorge Esténger Wong