Bernie Ecclestone, que no es solo el presidente, sino también el dueño de la Fórmula 1, ha asegurado abiertamente que prefiere que el Mundial se lo lleven Vettel o Webber antes que Fernando Alonso. Justifica que un triunfo del alemán o del australiano añadiría un campeón más a la parrilla y revalorizaría el negocio de cara al año que viene. Un argumento incontestable, sí, pero que carece de toda ética cuando lo pronuncia públicamente el hombre del que dependen buena parte de las decisiones en el circo de la F1.
¿Hasta dónde está dispuesto a llegar Ecclestone para engordar aún más su cuenta corriente? ¿Será capaz de presionar a los comisarios de carrera durante las dos pruebas que restan hasta la conclusión del campeonato? Cualquier sospecha resulta ahora razonable. Pero no hace falta ser tan mal pensado. Basta con imaginar el efecto que tendrían estas declaraciones si en Brasil o Abu Dhabi se produce algún incidente que haga imprescindible la mediación de un juez.
Ecclestone le está haciendo un flaco favor a la Fórmula 1. Al ejercer ese doble papel de juez y parte compromete claramente el prestigio de una competición que ha perdido ya buena parte de su credibilidad precisamente por beneficiar a algunos pilotos en detrimento de otros. En su afán por hacerse más millonario, Ecclestone puede terminar matando a esa gallina de los huevos de oro que es la Fórmula 1.