De este lado del mar tenemos la pionera línea férrea cubana —el tramo Habana-Bejucal (1837)—, que el archivo ferroviario español igualmente registra como su primera. Y más allá del Atlántico la inauguración del ferrocarril peninsular con el trayecto Barcelona-Mataró (1848). En un punto del tiempo estas dos historias convergen en un hombre, Miquel Badia Bunyol, quien llevó el sueño del camino de hierro de nuestra tierra a la suya.
Ese comerciante y esclavista catalán se radica en la Mayor de las Antillas para 1821, donde logra una fortuna nada despreciable. Como hombre de negocios entendió tempranamente lo que la naciente tecnología ofrecía y se interesó (junto al conde de Fernandina y a Joaquín Gómez) por impulsar el proyecto en Cuba, el cual fuera finalmente concretado por la Junta de Fomento, presidida por el Conde de Villanueva.
Sin embargo, Miquel no perdió pista sobre el desarrollo de ese empeño, y fue uno de los privilegiados que asistió a la inauguración en La Habana; la leyenda refiere que durante el evento comentó al Gobernador General de entonces, Miguel Tacón, que llevaría el ferrocarril a su pueblo y que, en unos años, uniría Barcelona con Mataró.
Especulaciones a un lado, lo cierto es que cuando Badia regresa a su región natal en 1840 se fue “picado por el bichito”, por lo que una vez que arriba comienza gestiones con el objetivo de ganar inversores; para ello, sin duda, su experiencia en la Isla con empresas de tal índole debió resultarle fundamental; aunque sin perder de perspectiva las diferencias de contextos socioeconómicos y políticos entre uno y otro país.
Para empezar, contacta con el empresario Josep María Roca, financiero catalán establecido en Londres, y mediante él con varios ingenieros británicos. Así —además de interesar accionistas de Barcelona, Puerto Rico y Cuba— Roca implica en el proyecto a Joseph Locke, ingeniero y miembro de la Cámara de los Comunes, con participación en la construcción de líneas por Europa.
Luego, en 1845, constituyen la Compañía de los Caminos de Hierro de Barcelona a Mataró, entidad encargada de la obra, y, finalmente, los trabajos arrancan en 1847. Muchos fueron los obstáculos e infortunios superados —la retirada del capital británico e, incluso, el fallecimiento del propio Miquel en junio de 1848—; no obstante, para esa fecha ya casi todo se había hecho, y el 28 de octubre del mismo año de su muerte queda inaugurada oficialmente la vía Barcelona-Mataró.
Del histórico momento el Museo del Ferrocarril en Cataluña conserva una réplica de la máquina que funcionó ese día (hoy se nombra Tren del Centenario, pues es construido y expuesto pasados 100 años de aquellos memorables acontecimientos): la locomotora Mataró, símbolo del inicio ferroviario en España, una historia que enlaza con la nuestra gracias a la pasión de un hombre.
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