Al final Sergio Marchionne ha conseguido que Fiat encabece la revolución que, obligada por la crisis, vive actualmente la industria del motor. El consejero delegado del grupo transalpino, ha tomado la iniciativa en las fusiones globales buscando pelear con Volkswagen y General Motors por ser el segundo fabricante mundial detrás de Toyota.
Así, ha puesto en marcha un plan maestro para emerger como el salvador de Chrysler y Opel sin desembolsar un euro, forjando una alianza que le permitiría a Fiat rebasar los 6 millones de unidades anuales con una facturación de 80 000 millones de euros.
De hecho, según expertos, la fusión con Chrysler ha sido una operación redonda para la compañía que preside la familia Agnelli, que gracias al tercer fabricante norteamericano podrá entrar por la puerta grande en Estados Unidos, donde sus modelos urbanos, como el Fiat 500, pueden arrasar en las ciudades más cosmopolitas. Y eso sin mencionar, la ganancia neta que supone adquirir la plataforma necesaria para fabricar vehículos de gran calado como el Jeep.
Más compleja parece la opción de hacerse con los mandos de la filial europea de GM, con la cual Marchionne ya negocia para alcanzar unas sinergias de 1 000 millones de euros, siguiendo la pauta de PSA, cuyas marcas Peugeot y Citroën y compiten entre sí con bastante éxito a partir de sus imágenes bien definidas.
No en vano se trata a todas luces de un complejo plan, cuya osadía levanta tantas dudas como admiración entre los inversores y directivos de la industria. Igual no hay que desestimar el genio de Marchionne, quien no por gusto ya vio premiada su audacia cuando cinco años atrás logró reflotar al fabricante italiano.