Turbine Car: Otro fallido sueño de Chrysler

Creado: Lun, 26/10/2009 - 16:41
Créditos
Jorge Esténger Wong

La Segunda Guerra Mundial puso en boga una increíble cantidad de adelantos tecnológicos, entre los que destacaron los motores a reacción. La bonanza obtenida por Norteamérica en su manejo del conflicto permitió a sus firmas asumir los proyectos más increíbles. Chrysler, entre otros, buscó una forma alternativa de impulsión para sus coches tomando la turbina como una opción viable.

Chrysler ordenó el desarrollo del diseño a la casa Ghia de Italia, la cual a principios de los años sesenta envío 55 hermosos chasis que serían la plataforma del Turbine Car. Fue presentado en mayo de 1963 como un prototipo. Sin duda la ventaja de esta máquina fue la capacidad de ser impulsada por cualquier tipo de combustible inflamable: desde el kerosene hasta un perfume, pasando por una botella de licor.

Hubo mucha expectativa por este proyecto por parte del público, y mucha inversión de parte de Chrysler ya que si lograba el éxito con el Turbine Car revolucionaría la industria del automóvil. Pero los problemas no se hicieron esperar. El principal problema de las turbinas es su largo tiempo de aceleración (tiempo de reacción) respecto a los motores de combustión interna, desventaja crítica al momento de ser manejados en ciudades de alto tráfico, que no podía ser solventada a pesar que ya se habían invertido más de 120 millones de dólares en el proyecto.

Así, los días del Turbine estaban contados. La directiva de Chrysler ordenó la cancelación del proyecto debido al exagerado costo de desarrollo, y por la falta de tecnología suficiente para solucionar el problema de la aceleración. Los coches fueron destruidos para evitar el pago de impuestos por la importación hecha desde Italia quedando solo dos intactos. Ante la alta contaminación reinante, los precios de los combustibles y la búsqueda de nuevas alternativas de motorización, quién sabe si alguna marca decida invertir tiempo; entusiasmo y... en un nuevo Turbine Car para nuestros tiempos.

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Jorge Esténger Wong