El auto de toda una vida

Creado: Lun, 26/10/2009 - 16:45
Créditos
Jorge Esténger Wong

Como tantos niños Miguel sintió desde pequeño especial atracción por los autos y por la velocidad. Como suele ocurrir sus modelos preferidos siempre fueron autos de formas deportivas, y el ruido atronador de los motores le ponía, imaginariamente, al volante de los más rápidos bólidos de la época.

Esa pasión lo ha acompañado por toda la vida y asegura no desaparecerá jamás: soy testigo de ello. Muchas veces, el fragoroso sonido provenía del averiado escape del motor del auto de los vecinos de su infancia, en la barriada habanera de Guanabacoa, donde aún vive. Se trataba de un autito deportivo –que al pequeño Miguel, acostumbrado a los gigantes americanos, no le hacía mucha gracia- de nombre impronunciable para él: Karmann-Ghia.

Los años pasaron rápidamente y muchos de los mastodontes que tanto llamaron su atención de pequeño, desaparecieron tragados por el tiempo. Mientras el pequeño deportivo alemán sobrevivía a carencias de todo tipo y aún era capaz de salir primero que muchos otros autos de las luces de los semáforos, ganándose para siempre el reconocimiento de Miguel, quien aprendió en él engarzar sus primeros cambios.

Muchos años después -mientras trabajaba de forma eventual a unos cien kilómetros de la Ciudad de la Habana, en un pueblo llamado Jagüey Grande- Miguel González Hernandez, con 37 años bien cumplidos, descubrió abandonado en pleno patio de campo un ejemplar idéntico al pequeño auto que tantos momentos de vértigo le hiciera vivir. Indagó, insistió, y logró conocer a su dueño. Resultó ser un recio hombre de campo que años atrás lo había adquirido de su primer dueño, un habanero que necesitado de vender el auto había deslumbrado al campesino con las atractivas formas del pequeño bólido alemán.

El Karmann-Ghia es un excelente auto, pero su mecánica poco convencional para la época era poco atractiva –y conocida- para los cubanos, acostumbrados por años al clásico esquema de los auto-dinosaurios americanos de los años cincuenta. Por ello el auto quedo en breve tiempo, para fortuna de Miguel quien logró así adquirirlo, olvidado en pleno campo por más de siete años.

A partir de entonces comenzó una paciente tarea de restauración. Preguntaba a todos y llegó a viajar cientos de kilómetros por un cuenta millas que alguien aún tenía en su poder, luego de desguazar un auto similar. Restaurar ese aditamento y esperar el momento en que fuera posible ”montarlo“ en el auto.

De esta forma fue completando y restaurando todo lo dañado en el auto -con excelente criterio y escapando a la tentadora tendencia que hoy arrastra a muchos propietarios de autos antiguos de atiborrarlos de modernos y estridentes accesorios-hasta lograr convertirlo en el auto que vemos en estas páginas.

Este Karmann-Ghia de 1959 se incluye en la primera etapa del modelo, desde 1955 a 1959, conocida como ”lowlights“, debido a la baja ubicación de las luces delanteras. En esta etapa también nació la versión convertible, en 1958, de idéntica mecánica. Conducirlo para Miguel es todo un placer, es un viaje a la infancia… ¿y a quien no le entusiasma un viaje así?

El KARMMAN-GHIA

Atendiendo al renaciente mercado europeo de los años cincuenta, Volkswagen busca una opción a su modelo Escarabajo. Contacta con el carrocero alemán Karmann, quien a su vez contrata a la firma italiana Ghia. Se emplea un diseño creado por Luigi Segre para Chrysler o Studebaker originalmente. El proceso de producción del Karmann-Ghia se hizo con todo esmero, con métodos de soldadura con estaño que solo se empleaban en los autos más caros de entonces. El éxito rebaso las expectativas de Volkswagen, se convirtió en el auto importado más popular de los Estados Unidos y el reconocido diseñador industrial Walter D. Teague lo incluyó en su exclusiva lista de diseños más elegantes. Se mantuvo en producción hasta 1975 con 445 238 unidades producidas en Osnabruck, Alemania, y 41 689 en Sao Bernardo do Campo, Brasil.

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Jorge Esténger Wong