La imborrable huella de los tranvías

Creado: Dom, 06/08/2017 - 16:25
Créditos
Leonel Nodal
La imborrable huella de los tranvías

Casi a la par de la Ciudad de México, la capital cubana disfrutó del útil sistema de transporte público a partir de 1858, un signo de su pujanza en Iberoamérica. Las principales avenidas y calles habaneras todavía dejan a ver, en algunos trechos, su más remota faz adoquinada surcada por los rieles de los tranvías eléctricos, que comenzaron a funcionar en marzo de 1900.

Existen versiones discrepantes sobre la fecha de arrancada de los primeros carros tirados por caballos. Según el Dr. Manuel López Martínez, el viaje inaugural ocurrió el 3 de febrero de 1858 y cubría la ruta entre San Juan de Dios en La Habana Vieja y el Paradero del Cerro. Otros autores afirman que fue el domingo 1 de junio de 1862, tras una solemne ceremonia presidida por el capitán general, Don Francisco Serrano Domínguez, duque de la Torre y conde de San Antonio.

Sin embargo, los tranvías alcanzaron su mayoría de edad con el inicio del siglo XX. Hasta entonces el servicio operaba como una concesión del Gobierno español a la Empresa de Ferrocarril Urbano y de Ómnibus de La Habana.  

Al acercarse el fin de la soberanía de España en Cuba, la entidad cambió de dueño más de una vez hasta caer en manos de la Havana Electric Railway, Light and Power Company, empresa incorporada al estado de New Jersey. El 3 de septiembre de 1901 la Havana Railway Company inauguró oficialmente el servicio de tranvías eléctricos. Por entonces, la capital contaba con más de 240 000 habitantes.

Con el pasar de los años, treinta y dos rutas garantizaban un excelente servicio con terminales en la Víbora, el Cerro, Carlos III y el Vedado. Para el año 1910, según revela el Historiador y profesor universitario Michael González Sánchez, la alta demanda hizo necesario abrir nuevas líneas.

No obstante, intereses espurios comenzaron a minar la eficiencia del servicio tranviario –a pesar de su rentabilidad, que en 1951 arrojó ingresos superiores a los 7 millones de dólares, con 400 carros en explotación– para favorecer su sustitución por ómnibus.

Los que de niños tuvimos la oportunidad de subirnos en uno de aquellos espaciosos carros de grandes ventanas, asientos de pajilla y un andar suave, sin dudas guardamos su recuerdo como coches de paseo sobre rieles, con sus chirridos y traqueteos, los bien uniformados conductores y la sonora campana que anunciaba su presencia.

Durante un siglo matizaron la vida en la urbe habanera que, al desterrarlos de las vías, también sepultó una época teñida de cierto romanticismo.

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Leonel Nodal