A muchos el asombro los atrapará cuando lean estas líneas sobre el tren de Hershey, una reliquia que funciona, y, además, el único tren eléctrico en Cuba.
Desde hace más de un siglo, circula el tren de Hershey entre las ciudades de Matanzas y La Habana. Hoy, su recorrido se convierte en una vía de transporte y de turismo cultural.
Algunos lo han calificado como un museo ambulante por tener más de un siglo de viajes por la llanura Habana-Matanzas, si tomamos en cuenta que en 1916 un empresario norteamericano, llamado Milton S. Hershey (1857- 1945), comenzó en Cuba la construcción de un ingenio azucarero.
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Algo más de tres horas dura el viaje en este tren de dos coches, el cual beneficia a unos 300 pasajeros desde la estación de Casablanca, en La Habana, hasta los andenes de Versalles, en Matanzas. Para llegar hasta su salida es preciso atravesar la Bahía de La Habana a través de la lanchita de la Avenida del Puerto, o por vía automotor cruzando el Túnel de la Bahía.
Los habitantes de los pequeños pueblos que se encuentran en la ruta, entre ellos Jibacoa, Concuní, Canasí, San Adrián, Corral Nuevo, Margot y Mena, tienen un privilegio único; y más quienes viven en el pueblito de Hershey —perteneciente al municipio mayabequense de Santa Cruz del Norte—, por donde pasa el tren a mitad de camino.
Cuentan los investigadores que de los 17 coches que tenía el tren en su juventud, a principios de los años 20, quedan tres “auténticos” construidos en 1917 en Pensilvania, sede del grupo Hershey. De ellos dos prestan servicios regulares y fueron donados en 1997 por la ciudad española de Barcelona a Cuba. Un tercero, por comisión, pretende accionar de vez en vez como una atracción turística. Tanto estos como la línea han recibido reparaciones para hacer más rápido y cómodo el viaje.
¿Por qué se nombra Hershey y cómo llegó ese tren a la Isla se preguntan muchos? A esos curiosos le contamos que debe su nombre al ya mencionado Milton Snavely Hershey, emprendedor confitero, filántropo y fundador de varias compañías, quien invirtió en el entonces próspero negocio de la caña de azúcar en la Mayor de las Antillas, cuentan los historiadores.
En 1916, se acometen en la zona las primeras obras civiles que consistieron en barracones o albergues de obreros y una casa de visitas. Un año después fueron ocupadas las primeras viviendas para trabajadores, se funden los cimientos de la industria y circula la primera locomotora de vapor. Hacia 1918 continúa el crecimiento del batey, se termina el ingenio y se construye el patio de ferrocarriles.
Entonces, con la primera molienda (1919-1920), comienza el servicio público del tren eléctrico de Hershey. Pero, igual, desde 1916 comenzó a nacer el convoy, comenzó eléctrico. Después de la Segunda Guerra Mundial, el grupo Hershey vendió el ingenio, la red ferroviaria y sus cañaverales a la Cuban-Atlantic Sugar Company, la cual los revendió en 1957. En 1959, el ingenio, las tierras y el tren fueron nacionalizados, y lo que no imaginó su inventor es que este se utiliza en el país.
El tren de Hershey es una vía de transporte, pero también de turismo cultural, pues en su itinerario cubre lugares de singular belleza como las cimas de las alturas de Matanzas, el centro del Valle Yumurí, la base de la elevación conocida como el Pan de Matanzas, o el barrio de Versalles. Un siglo después, está “vivo” y sigue siendo “electrizante”.
Fotoportada: https://www.youtube.com/watch?v=rxtjGkj50xY