 
Casi ya cuarenta años después, los récords de Oldsmobile Aerotech siguen intactos, y su legado recuerda que, cuando se combina visión, ingeniería y valor, el límite no está en el motor, sino en la imaginación.
En los años ochenta del pasado siglo, cuando los fabricantes norteamericanos buscaban recuperar prestigio tecnológico frente a Europa y Japón, Oldsmobile, una de las marcas más veteranas de General Motors, decidió apostar por algo más que lujo o comodidad. Su objetivo era demostrar que también podía ser sinónimo de innovación y velocidad extrema.
De esa ambición nació el Oldsmobile Aerotech, un prototipo concebido para batir récords y para mostrarle al mundo de lo que eran capaces los ingenieros estadounidenses cuando se les daba libertad total.
En 1984, el jefe de ingeniería de Oldsmobile, Ted Louckes, impulsó un proyecto que debía servir como escaparate tecnológico para el nuevo motor Quad 4: un motor de 2.3 litros con cuatro cilindros, doble árbol de levas y cuatro válvulas por cilindro; un avance notable para una época en la que los V8 dominaban el panorama norteamericano. Pero en lugar de limitarse a montarlo en un sedán, Louckes quería un laboratorio rodante capaz de poner a prueba sus límites.
El chasis elegido fue un March 84C de Fórmula Indy, y el diseño corrió a cargo de Ed Welburn, que años después llegaría a ser vicepresidente de diseño global de GM. El resultado fue un monoplaza cerrado de líneas fluidas, con una aerodinámica radical inspirada en los coches de Le Mans y una estructura completamente fabricada en fibra de carbono, material aún poco habitual fuera de la competición.
 
Para pilotar semejante máquina, Oldsmobile recurrió a una leyenda viva: A.J. Foyt, ganador de las 500 Millas de Indianápolis y figura icónica del automovilismo estadounidense. Bajo el capó, el motor Quad 4 se montó en dos configuraciones: una versión «short tail» con un solo turbo y cerca de 900 CV, y una «long tail» biturbo que alcanzaba unos 1.000 CV de potencia.
En agosto de 1987, en el circuito ovalado de Fort Stockton (Texas), Foyt pulverizó los registros. Alcanzó una velocidad media de 414,9 km/h (257,123 mph) en vuelta cerrada, y una punta superior a 467 km/h (290 mph) en los tramos rectos. Aquel récord de velocidad en circuito cerrado aún se mantiene casi cuatro décadas después. Oldsmobile había logrado su objetivo: demostrar que un motor de cuatro cilindros podía mover una flecha de fibra de carbono a más de 400 km/h.
La historia del Aerotech no terminó ahí. En 1992, Oldsmobile decidió revivir el proyecto con una nueva meta: batir récords de resistencia y promocionar su recién estrenado motor Aurora V8 DOHC de 4.0 litros. Para ello se construyeron tres Aerotech revisados, más adaptados a largas distancias que a la velocidad punta, con faros, refrigeración mejorada y un enfoque más práctico.
El desafío fue tan épico como arriesgado: uno de los coches incluso colisionó con un animal a más de 240 km/h, pero el programa continuó hasta conseguir los registros que todavía hoy permanecen imbatidos.
 
Tecnología y diseño adelantados a su tiempo
Más allá de las cifras, el Aerotech fue un experimento aerodinámico revolucionario. Su carrocería, completamente carenada, exploraba los límites del efecto suelo y de la eficiencia a alta velocidad. Su coeficiente aerodinámico, cercano a 0,20 Cx, era extraordinario incluso para estándares actuales. Incorporaba soluciones como un habitáculo presurizado, canales de ventilación activos y un control de estabilidad específico para mantener la tracción a velocidades extremas.
Además, su imagen, con una burbuja transparente sobre el cockpit y una zaga larga tipo «Langheck», sirvió como inspiración para numerosos concept cars posteriores de GM, e incluso algunos elementos pueden verse reflejados en deportivos modernos como el Chevrolet Corvette C8.
Pese a su trascendencia técnica, el Aerotech cayó en el olvido con la desaparición de Oldsmobile en 2004. Durante años se pensó que los coches habían sido destruidos, hasta que un entusiasta, Matthew Katz, logró recuperar parte de las unidades originales y sus moldes en un almacén de Arizona. Hoy, varios de ellos están siendo restaurados con la intención de volver a rodar y revalidar su estatus como iconos de la ingeniería norteamericana.
 
 
    
