Así es la vida de Rocney, un conductor de almendrón de La Habana

Creado: Dom, 24/04/2016 - 15:21
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motorpasion.com
Así es la vida de Rocney, un conductor de almendrón de La Habana

La jornada de Rocney empieza pronto cada día en La Habana. Trabaja de lunes a lunes y sus jornadas al volante de ese bonito Pontiac de 1958 son en ocasiones interminables. Ocho, diez o doce horas. No importa. Es la única forma que tiene de ganar un mínimo de dinero para mantener a sus dos hijas y ayudar al resto de la familia.

Los almendrones recorren las calles de La Habana y otras ciudades de Cuba dando un servicio público. Van recogiendo a pasajeros por la calle hasta llenar todos los espacios disponibles dentro del coche. Por eso puedes encontrarte almendrones con 1, 2 o hasta 8 ocupantes, dependiendo de la capacidad del coche.

Por cada viaje, los clientes tienen que abonar entre 10 y 20 pesos cubanos, dependiendo de si el trayecto es corto o de si por ejemplo hay que atravesar alguno de los túneles que dan acceso al centro de la ciudad.

Para tener un almendrón y poder utilizarlo para el transporte de pasajeros, debes tener un permiso específico que te habilita para hacerlo. No puede llegar cualquiera con su coche viejo y empezar a cargar gente. Para eso ya está Uber en otras ciudades del mundo.

Los almendrones recorren las calles de La Habana con rutas prefijadas. Los que van por unas calles no van por otras, siguen líneas, y entre los conductores y los potenciales clientes han desarrollado un curioso sistema de signos con las manos para saber si el coche que quieren parar va a ir por el sitio que uno busca.

Una vez que el coche se ha detenido ante el potencial cliente, se pregunta si van hacia el lugar deseado y listo. Si es así, montas en el coche y cierras la puerta ”sin tirarla“. Estos coches con más de 50 años a sus espaldas no tienen ningún tipo de sistema que amortigüe el cierre de las puertas, así que mejor no tirar de ella muy fuerte si no quieres que el conductor del almendrón y el resto de ocupantes te miren con mala cara.

Un Pontiac Super Chief Sedán del que no queda casi nada original

El coche de Rocney es un Pontiac de 1958 que poco o nada tiene que ver con el modelo original, que creemos es un Super Chief Sedán, un modelo sobre el que con mínimas modificaciones se lanzaron también al mercado versiones Coupé y descapotables.

Él mismo no sabe que su coche tiene un nombre de modelo específico, y no me extraña demasiado si tenemos en cuenta que del original no quedan más que algunas partes de su carrocería.

El motor de serie, un 6.1 V8 de 255 caballos, ha desaparecido para dejar paso bajo el capó a un motor Perkins que originalmente estaba pensado para maquinaria agrícola. El motor es diésel para reducir los consumos respecto al original, y también ocupa mucho menos espacio que este, de ahí que el bajo el capó tenga espacio más que de sobra para llevar por ejemplo un bidón con agua por si hay que meterle mano al motor.

A él se le ha asociado con maestría una caja de cambios de cuatro velocidades, con accionamiento manual a través de la palanca situada al lado del volante. Nada más poner en marcha el motor, el sonido le delata. Se trata de un motor diésel muy ruidoso, en línea con los que utilizan los almendrones que día a día recorren las calles de La Habana.

Por suerte, Rocney ha ido introduciendo algunas modificaciones a su coche para hacerlo más utilizable. Una de las más destacadas ha sido la colocación de un sistema de frenos de disco en las cuatro ruedas, que cuenta con una bomba de freno de Mercedes Sprinter.

Gracias a estos frenos y a unos neumáticos modernos de origen chino, el coche parece detenerse con más facilidad de la que puedes esperar en un coche que supera con creces las 2,5 toneladas de peso.

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