Los tiempos son otros, desde luego. Al menos desde que el temporal de la crisis se cernió sobre el universo automotriz para reconfigurarlo drásticamente, desarbolando a unos y arrimando otros, como bien hemos podido constatar en el año que concluye.
Sin embargo, quizá ningún otro fabricante ha sufrido tan profundamente el calvario de esa tempestad como General Motors (GM). Refundado a partir del préstamo gubernamental, tras declararse en bancarrota, al gigante de Michigan le está costando levantarse, aun cuando en su estrategia de reestructuración contempló reducir sus marcas de ocho a cuatro.
De hecho, si fallidos han sido hasta ahora los intentos de la compañía estadounidense para vender Opel al consorcio capitaneado por Magna, no menos problemáticas han resultado sus negociaciones para deshacerse de Saab, con la retirada de la puja del constructor sueco Koenigsegg, al estimar que los retrasos para cerrar el trato causaron ”riesgos e inseguridades“ en torno al nuevo plan de negocio.
En este último caso, no obstante, registró un paso de avance al anunciar un acuerdo con la firma china Beijing Automotive Industrial Corporation (BAIC), por el cual el quinto fabricante del gigante asiático obtuvo la licencia para fabricar los modelos 9-3 y 9-5 de Saab, así como otros activos de la filial escandinava.
De ese modo, BAIC empleará la tecnología adquirida para producir automóviles bajo su propia marca, que por ahora no tiene, puesto que de momento solo ha desarrollado vehículos y componentes para otras firmas.
Y como no todas son malas noticias, tal y como afirmó Victor Muller, el consejero delegado de Spyker, el fabricante holandés de autos deportivos se ha postulado como posible comprador de Saab, con lo cual parece que el horizonte de GM puede comenzar a despejarse. Al fin y al cabo, siempre es con un primer paso que se arranca.